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lunes, 3 de octubre de 2011

Los colores de la montaña



También en el infierno es posible la amistad

La gente humilde del campo, en su mayoría, no desea otra cosa que vivir en paz con su familia y sus vecinos. Cuidar las gallinas, sembrar su huerta y tomar de la vaca la leche diaria que les ayude a levantar a sus hijos, son sus mayores aspiraciones. Envían a sus chicos a la escuela sólo porque entienden que ser iletrados conlleva algunas limitaciones, pero la mayoría se conforma con que aprendan los oficios que les ayuden a sobrevivir en comunión con la tierra, las plantas y los animales.

El campesino no entiende mucho -ni quiere saber- de política, de grupos armados, ni de guerra, y menos entiende de los afanes de poder, expropiación y destierro que animan a tantos hombres a quienes pareciera que se les ha muerto el alma. Pero, un día cualquiera, el sol que iluminaba sus tierras se tiñe de gris; por los ríos ya no corre solamente agua cristalina sino que, cada tanto, arrastra el cuerpo inerte de alguien que tomó partido o simplemente se negó a estar de lado alguno; y en las montañas, ya el viento no sopla con su característico frescor sino que trae a diario infaustas noticias que llenan de desesperanza.


Pero, en medio de tanto dolor y de tanta desazón, los niños siguen alegres aún sabiendo que no todo es perfecto. Les anima el juego, el color de los valles y de las montañas, la cercanía de sus mascotas, el afecto de sus padres… y sobre todo, la amistad.

Es en este ambiente donde transcurre la vida de Manuel, el hijo de Ernesto y Miriam para quien el fútbol tiene un gran significado, y cuyo padre siente que “la comunidad no tiene nada que ver con la cosa de ellos (guerrilleros y paramilitares)”. Julián, es el amigo mayorcito que colecciona los diferentes tipos de balas que han agrietado su tierra. Y Genaro, a quien ellos llaman “Poca luz”, es el niño albino a quien alguien pretende convencer –sin razón alguna- de que, por esta característica, sus perspectivas de vida serán cortas. 




Resultado de una larga espera y de unas cuantas frustraciones, “LOS COLORES DE LA MONTAÑA” fue como aquellos bambús que se pasan largo tiempo echando raíces, trazando direcciones, y calculando la dimensión de la bóveda celeste, para luego brotar con ímpetu y esplendor. Y entonces, se reafirma que lo grande y meritorio es casi siempre el resultado de un gran esfuerzo.

Emotivas y convincentes interpretaciones de aquellos pequeños que, sin experiencia actoral alguna, lograron una naturalidad enorme. Bien, una vez más, por Hernán Méndez (el memorable cartonero de “La primera noche”), como el amoroso y firme padre del pequeño Manuel. Y bien por Natalia Cuéllar, la bella docente que busca devolver la esperanza de paz a los pequeños.

Estamos ante una de las mejores, conmovedoras y veraces historias que se hayan contado en el cine colombiano. Cualquier reconocimiento que pueda hacérsele será más que merecido.  


Luis Guillermo Cardona



Título original: Los colores de la montaña
País / año: Colombia, 2010
Director: Carlos César Arbeláez
Guión: Carlos César Arbeláez
Fotografía: Óscar Jiménez
Música: Camilo Montilla, Oriol Caro
Intérpretes: Hernán Mauricio Ocampo (Manuel), Hernán Méndez (Ernesto), Natalia Cuéllar (Carmen), Carmen Torres (Miriam), Genaro Aristizábal ("Poca Luz"), Nolberto Sánchez (Julián).
Duración:90 minutos




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