“El virus del mal no reconoce fronteras”
Sí, es cierto, “el virus del mal no reconoce fronteras”, se expande cada día como una nube imparable que va oscureciendo hasta los sectores más altos y con más compromiso de la sociedad. Y ya a pocos parece importarles esta vergonzosa y terrible situación… es más, ya son muchos los que tienen bien metido en la cabeza que ser honrado es ser tonto, que ser digno es ser imbécil, y que ser tramposo y deshonesto es prueba de coraje y verraquera. Si estás dispuesto a jugar sucio, tienes empleo, un buen salario, “muchos amigos” y ocasión de divertirte por todo lo alto. Pero, si estás al margen de toda corrupción, trabajas con tus propios recursos… o te sumas a los desempleados, a los sin amigos y a los olvidados… no importa el talento que tengas ni lo mucho que podrías servir a la sociedad.
Todavía recuerdo que, a un amigo empleado del gobierno le pedí, hace algunos años, que me ayudara con un trabajo. Me ofreció entonces que me metiera a trabajar con su grupo y que, en pocos meses, tendría un buen empleo para mí y para mi esposa. Le pregunté enseguida, si su jefe político era confiable como persona digna. Mi amigo me miró a los ojos y respondió con una claridad que se le atragantaba en el alma y con la que demostró que me apreciaba: “Sabe qué, Guille, mejor siga en lo suyo, porque por aquí no se consigue gente honrada”.
La película de Sergio Cabrera también apunta en este sentido. Donde se espera que haya justicia, sólo hay paños tibios y castigo para subalternos y cargos menores, pero el “poderoso” protege al “poderoso”, porque el dinero lo compra casi todo y puede poner una luz, aunque fría y mortecina, allí donde las almas sólo cargan veneno y sostienen el peso de haber hecho daño a incontadas personas.
El periodista, Víctor Silampa, decide indagar el caso de un hombre que ha sido asesinado para robarle 400 hectáreas de tierra en la troncal de occidente. Un concejal, un abogado, el dueño del bar Lolita’s, y alguna otra gente, están en el asunto, pero, Silampa, deseando encontrar al hermano de su ocasional amigo Estupiñan, decide ir hasta el fondo del asunto porque su periódico espera resultados y él ya tiene bien metidas las narices hasta con una joven prostituta del acreditado bar, conocida como Quica.
Una correcta puesta en escena, algunas atinadas actuaciones, y una historia bien estructurada donde se precisan los grandes esfuerzos y peligros que afrontan el periodista y sus amigos para acceder a una verdad que, quizás no conozca la luz pública y hasta puede quedar a la espera de la verdadera justicia, hacen de “PERDER ES CUESTIÓN DE MÉTODO” una experiencia cinematográfica realista que, sin duda, consolida la carrera de uno de los más calificados cineastas con que ha contado nuestro país: Sergio Cabrera.
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