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miércoles, 1 de junio de 2011

El verdugo




Lo que ha de ser... será

En ocasiones, lo he comprobado muchas veces, somos manipulados por fuerzas extrañas que hacen que ciertas cosas positivas, y también otras lesivas o fatales, sucedan a como dé lugar. En tales casos, la opción de elegir se reduce al mínimo, porque todo se reacomoda para que suceda aquello que TIENE que suceder. ¿Por qué ocurre esto? Me lo he preguntado en los últimos años y he llegado a conclusiones como éstas: Primero, porque el constante proceso evolutivo del universo reclama cambios que son impostergables. Después, porque hay en cada ser humano íntimos, fervientes, y a veces inconfesables deseos, que fuerzan el fluir de la ley de atracción. Por ejemplo, si me siento muy atraído por la chica de al lado, seré complacido con el ofrecimiento de numerosas ocasiones para que pueda abordarla. Si mi deseo personal es morirme, la vida pondrá obstáculos a todos los que pretendan ayudarme. Si el odio me lleva a desear matar a alguien, lo necesario se pondrá a mi alcance para favorecer mi anhelo… y lo único que, quizás, puede salvar al otro es que tenga otra aspiración más fuerte que la mía.

“EL VERDUGO” me ha dejado con la sensación de que se trata de una de esas historias donde la vida hace con alguien lo que se le viene en gana. Lástima que no oyésemos los pensamientos de José Luis Rodríguez (¡ni cantante, ni presidente, el enterrador de la película!), pues esto nos hubiese ayudado un poco para entender el juego de la vida. Pero quizás pudo pensar cosas como “¿qué se sentirá matar a otro?, ¿se sentirá uno, una suerte de dios cuando aprieta el gatillo?, ¿se vuelve uno un hombre de respeto siendo verdugo?”… preguntas que se convierten en impulsos de experimentación. O quizás sólo sintió profunda repugnancia contra la posibilidad de ser aliado de un régimen de terror…y, en veces, atraes lo que más temes.


Con una encantadora sátira, colmada de humor negro, y muy bien interpretada por Nino Manfredi, José Isbert y Emma Penella, la película fluye graciosamente mientras contrasta al verdugo, un anciano con cara de no quebrar un huevo, franco (con minúscula) al cuestionar la manera como “se irrespeta a los ajusticiados en otros países”, y quien asume su tarea de ejecutar condenados a la pena capital, como una labor que sin reticencia alguna hay que hacer, porque “si existe la pena alguien tiene que aplicarla”. Entre tanto, José Luis, el enterrador de los ajusticiados y nuevo yerno de don Amadeo (el verdugo), siente los mayores escrúpulos contra la labor que éste realiza y ve con consciente repulsa la ejecución de un hombre, mientras que su relación con Carmen, la hija del anciano, se estrecha más y más, hasta lo inevitable.

Le objeto al filme –pero presiento razones- que muestra una imagen en exceso generosa y respetable de las fuerzas policiales de la época. El mismo verdugo resulta todo un buenazo, y de aquel lado, no hay nadie que inspire miedo alguno… ¡y vaya si lo producían! Y el final parece temerosamente ambiguo, pues bien podría servir a Dios y al diablo, según la inclinación que cada uno tenga.
   
Luis Guillermo Cardona
   

          

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